Grisbel Medina R.
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En la biblioteca pública donde trabajé, la gente solía leer los periódicos anclados a barras de madera. Los poetas eran visitantes frecuentes. A uno de ellos le mostré los experimentos ¨poéticos¨ que escribo desde adolescente.
Al mirar mis amados partos literarios, su gesto de desaprobación me frustró de tal manera que jamás he abierto la libreta donde fui feliz anotando sueños, componiendo estrofas, garabateando estribillos. El tiempo desveló la incompetencia de aquel ¨poeta¨ sin luces que me truncó la vena. El viento se tragó la escasa sangre de su libro y continuamente criticaba a las mujeres- que descollaban en la poesía.
Al leer ¨El síndrome de Procusto o por qué despreciamos al que sobresale¨, de María Hidalgo, comprendo el afán de tantas almas en pena mortificando el camino de los demás. Nuestro medio está cundido de gente infeliz con los pasos y el avance de la gente. Y una red de intolerantes con quien es o piensa diferente.
El síndrome de Procusto tiene origen en la mitología griega.
Toma cuerpo en un posadero que albergaba a los viajeros solitarios. Cuando el elegido dormía le cercenaba los pies y la cabeza si el cuerpo sobresalía al lecho pequeño y si no ajustaba en la cama larga lo torturaba hasta estirar el cuerpo de la víctima.
Las redes sociales nos mantienen en una desnudez constante. Muestran aciertos, reconocimientos, proyectos, el boleto de avión, la gloria y el luto. Todo en una sola pantalla.
En ese nido de ¨Me gusta¨ y aplausos públicos hay almas padeciendo el síndrome de Procusto, desaprobando tus pasos o envidiando tu camino.
Gente fingiendo una admiración que no es tal y profesando una adhesión efímera, que se mueve o marchita al compás de las circunstancias.
Liberarse del hacha de Procusto es redimirse, es sanar. Haz la prueba y te abrazará la paz.