Lo bueno y lo objetable de Pascual -Cutá- Pérez. Una carrera de luces y sombras

ROLANDO GUANTE

 

Pascual -Cutá- Pérez fue tan dueño de sus virtudes como de sus defectos.

 

SANTO DOMINGO./ Tuvo muchas luces, también muchas sombras. En el último tramo de su existencia nunca se quejó al acercarse el final de su recorrido terrenal debido a una insuficiencia renal que le conducía tres veces por semana a una sala de diálisis de la Plaza de la Salud que ya se había llevado al más allá a todos sus compañeros.

Pascual Cutá Pérez.

Poseedor de un gran control de la zona de strike, sin embargo, incapaz de controlar su vida, Cutá fue tan intenso fuera del diamante como lo era en las ocasiones que subía al box, sólo que dentro de las líneas era uno de los más inteligentes, pero jamás pudo decirse lo mismo de su comportamiento cuando no estaba en el parque de pelota.

“Es uno de los pitchers más inteligentes que he visto”, comentó en una ocasión el inmortal Juan Marichal cuando todavía Cutá estaba activo.

Amante de la “buena vida”, que gozaba pisar el acelerador de coches lujosos (Jaguar, Legend, Mercedes Benz) que su holgada situación económica en un momento le permitía usar;  consumir bebidas costosas, lucir joyas caras, visitar hoteles cinco estrellas y llegar al estadio en limosina eran de las ostentaciones de las que hacía gala el mayor de los Pérez.

Su existencia estuvo marcada por la fama que persigue a quienes sobresalen en una disciplina y también por la desgracia que acompaña a los que no se conducen bien, pero jamás imaginó que sería en su propia cama en la tranquilidad de una noche que le permitió ver su último juego entre Estrellas y Licey, el equipo de sus simpatías, donde terminaría su vida de manera horripilante a manos de muchachos que le conocían, sabían de sus limitadas facultades motoras y le servían como delivery para continuar con una debilidad que nunca abandonó.

Nacido en San Gregorio de Nigua, 21 kilómetros al oeste de Santo Domingo, un 17 de mayo del 1957, en una zona que bordea el impetuoso Mar Caribe, primogénito del matrimonio de los fallecidos Juan -Chicho- Gross y Elupina Pérez, Cutá a los 16 años formó parte del equipo Misioneros Voluntarios que representaba su sector en el torneo Doble A del béisbol aficionados de la provincia de San Cristóbal.

Dotado de una bola rápida que casi siempre colocaba a la altura de las rodillas, duro slider y buena curva, aceleradamente el espigado muchacho de 6-2 y unas 150 libras se convirtió en centro de atención en el circuito por su dominio y espíritu competitivo.

En esos días Pascual entraba una piedrecita en los bolsillos por cada ponche que propinaba y mascullaba alrededor de la colina central cuando alguno de sus compañeros cometía un error perjudicial para su causa.

Sus actuaciones le permitieron ser escogido en la selección de la provincia, primero, y después en el equipo que representaría la región Sur en el Torneo Nacional de Béisbol de 1975 donde abrió los ojos de los escuchas y por recomendación de Neftalí Cruz el 27 de enero de 1976 fue firmado por Howie Hack para los Piratas de Pittsburgh.

El 7 de mayo de 1980 se produjo el debut de Pérez en Las Mayores y salió sin decisión en una labor de seis entradas de siete hits y tres carreras contra los Dodgers de Los Angeles.

El carismático tirador tres años antes lo había hecho en la Liga Dominicana con el uniforme de las Aguilas Cibaeñas (1977-78) y por su estilo llamativo con gestos pocos usuales, burlones en ocasiones, desafiantes a veces, se ganó los afectos de sus parciales y la aversión de sus contrarios

A partir de su ingreso al béisbol profesional, Cutá nunca pasaría desapercibido. Ya para 1979-80 se había establecido como el estelar en la rotación de los mameyes al registrar marca de 8-6, 2.38.

Protagonizó, confrontando a Mario Soto, uno de los más grandes duelos en la historia de las finales en el béisbol dominicano. El 1 de febrero de 1981 con el Escogido a ley de un triunfo para conquistar la corona, Pérez blanqueó 2-0 a los Leones y a su as en un estadio Cibao a casa llena. El triunfo de las Aguilas extendió al máximo (nueve juegos) esa memorable serie que ganaron los melenudos.

“Fue un duelo entre dos artistas. No hubo desperdicios. Mario y Cutá se fajaron a tirar strikes y nunca me pasó por la cabeza sacarlo. Cutá era de los pitchers que le gustaba completar su trabajo”, comenta 31 años después  Winston Llenas, manager de las Aguilas en ese entonces.

En 1981-82 se convirtió en el último lanzador en lograr cifras dobles en victorias (10-3) en el torneo dominicano. Eso probablemente jamás ocurrirá en la pelota nuestra.

En 1983, el enigmático lanzador ganó reconocimiento en las Grandes Ligas con una actuación de 15-8, 3.43 que le sirvió para ser escogido y actuar con la escuadra de la Liga Nacional en el Juego de Estrellas de ese año que por el viejo circuito abrió su compatriota Soto en el antiguo Comiskey Park.

Con el estrellato se inició la accidentada vida de Pérez fuera de los estadios: drogas, juegos, whisky y mujeres comenzaron a ser acompañantes consuetudinarios del pitcher tanto como lo fueron su guante y la pelota.

Estuvo preso, fue suspendido por los comisionados de MLB, Bowie Kuhn y Fay Vincent, pero nada de eso transformó el comportamiento de Pascual, quien vio disminuir sus facultades en el montículo.

“Fue una víctima de las circunstancias, la fama y la ingenuidad”, comenta Llenas, quien es presidente de las Aguilas Cibaeñas.

El bullanguero lanzador que cohabitó en la Fortaleza de Santiago con Fernando Villalona por compartir placeres no santos, en una ocasión llegó a compararse con ese ícono de la música popular y también con el líder político Joaquín Balaguer al señalar: “en este país sólo hay tres mayimbes”.

Pérez tuvo ocho hermanos, cinco varones, todos lanzadores profesionales: Valerio (Vejelo), Mélido (Turpén), Vladimir (Potola), Darío, fallecido, y Carlos (el astuto), además de las hembras, Porfiria (Mami), Ivelisse (Morena) y  Cándida (Pequita) quienes han sufrido la muerte brutal de que fue objeto la persona que abrió el camino de bienestar a la familia Gross-Pérez y punta de lanza para que sus hermanos continuaran con la dinastía.

“Es increíble como está este país. Aquí no se puede vivir. Ni yo que tengo seguridad estoy seguro”, se quejaba Mélido, quien en la actualidad es el alcalde del municipio de Nigua.

Cutá había nacido marcado para andar de manos con la fama y el escándalo. Jugó en Las Mayores con los Piratas, Bravos, Expos y Yankees, esta última la franquicia más prestigiosa y ganadora de los Estados Unidos.

En el país militó con las Aguilas Cibaeñas y los Tigres del Licey, los dos equipos más emblemáticos, ganadores y que mayor simpatía concitan entre los seguidores del béisbol profesional.

Cumbanchero, pero enemigo de la violencia, la horrorosa muerte de Pérez ocupó las primeras páginas de los diarios nacionales, fue la información principal de los noticiarios televisivos, de los talk shows, llenó las redes sociales y cruzó mares para ser noticia en medios internacionales.

Se produjo precisamente en una fecha en la que Aguilas y Licey celebrarían, y así lo hicieron, un partido reasignado que sirvió para que de inmediato le rindieran tributo y guardarán respeto con crespones en los uniformes de ambas novenas.

De extremo a extremo del país entre el 1 y 2 de noviembre no se habló de otra cosa que no fuera la horrenda muerte de Cutá y la persecución de sus asesinos.

Los días del otrora serpentinero de conducta licenciosa terminaron con un entierro al que asistieron conspícuas figuras del deporte en una fecha (día de los muertos) donde el camposanto es uno de los lugares más concurridos por los dominicanos.

No podía ser de otra manera, Pascual  -Cutá- Pérez fue un estelar que desde que comenzó a jugar pelota siempre logró los principales titulares.

Cierro, como lírico epitafio, con estos versos de Martí:

“Todo es hermoso y constante, Todo es música y razón, Y todo, como el diamante, antes que luz es carbón”.

 

Fuente: El Nacional