La fragilidad de los políticos

La repentina muerte de Carme Chacón ha dejado en ‘shock’ a la clase política española. Aparcadas sus diferencias ideológicas, nuestros representantes han mostrado su dolor ante la temprana desaparición de una mujer de 46 años que había hecho pública una cardiopatía congénita frente a la que no se rindió para desarrollar su carrera política –ministra y candidata a la secretaria general del PSOE– ni su maternidad. Se da la triste coincidencia de que otro ministro de Defensa de José Luis Rodríguez Zapatero, José Antonio Alonso (56), falleció este mismo año por un cáncer de pulmón.

Estamos tan saturados de noticias sobre corrupción que apenas percibimos la humanidad de nuestros políticos, expuestos a las enfermedades como el resto de los ciudadanos. Han sido sobre todo las mujeres quienes han querido dar un paso al frente para dar visibilidad al cáncer de mama, uno de los más comunes. Ese fue el caso de Esperanza Aguirre y María San Gil, ambas del PP, que regresaron a sus actividades tan pronto como acabaron sus tratamientos. El caso de Ana Palacio fue más llamativo, que acudía con la cabeza rapada a las reuniones del Parlamento Europeo. José María Aznar la premió con el Ministerio de Asuntos Exteriores. Peor suerte corrió su hermana Loyola, exministra de Agricultura, que se trató en Houston y regresó en diciembre del 2006 para celebrar las Navidades con su familia. Una recaída se lo impidió. Tenía 56 años.

Estos días se ha podido apreciar el deterioro físico de Eduardo Zaplana, expresidente de la Generalitat Valenciana y uno de los ministros más poderosos de Aznar. Sufre una leucemia que le obligó a realizarse un trasplante de médula ósea en 2006. Estos últimos años han sido un calvario para Zaplana, que en 2011 perdió un hijo de 22 años por una enfermedad congénita.

Ejemplos y discreciones

Uno de los grandes luchadores hasta el último aliento fue Pedro Zerolo, quien se enfrentó al cáncer de páncreas como lo había hecho con su homosexualidad, sin ocultarla. Pasó de lucir una cabellera rizada a mostrar su cabeza rapada como parte de su lucha por la visibilidad de la enfermedad.

Fulminante ha sido, sin embargo, la rara leucemia que acabó en cinco días con la consejera de Fomento de Castilla La Mancha, Elena de la Cruz. Tenía 44 años y un brillante futuro político. También hay políticos que han preferido la discreción, como el exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que se enfrentaba a la polémica de las grabaciones en su despacho a la vez que a un cáncer de hígado. O José Montilla, que superó un cáncer de colon cuando era alcalde de Cornellá, aunque no se supo nada hasta que llegó a President de la Generalitat.

Las Cortes han guardado también un minuto de silencio por las muertes de políticos como José Antonio Labordeta –cáncer de próstata, en 2010– o uno de los ‘padres’ de la Constitución, Gabriel Cisneros –cáncer de páncreas, en 2007–, que llegó a sufrir un desvanecimiento en el Congreso. También se guardó silencio por la memoria de Rita Barberá, exalcaldesa de Valencia y senadora. Aunque se pensó que su muerte se debió a un fallo cardíaco, la autopsia reveló que fue debida a un fulminante cáncer de hígado. Actualmente, el portavoz del PP en el Parlamento de Cantabria, Eduardo Van Den Eynde, lleva a cabo una campaña para la legalización del cannabis con fines terapéuticos. Este político lleva cinco años de lucha contra el cáncer, con nueve tratamientos de quimio y una tercera recaída que le han convertido en firme defensor de los tratamientos paliativos.

CON LAS BOTAS PUESTAS

Los casi 20 meses de decadencia física que sufrió Hugo Chávez fueron seguidos por los venezolanos por televisión, hasta que un colapso respiratorio se llevó por delante al presidente. Todo apunta a un cáncer de vejiga y próstata que apareció con un absceso rectal que le fue extirpado y, posteriormente, tratado con quimioterapia, aunque se le extendió mediante metástasis en los huesos. Fue en la misma clínica en la que se trató Dilma Roussef, expresidenta de Brasil, el cáncer linfático que sufría desde 2009, pero del que se libró cuando se postuló a la presidencia de su país, que consiguió tras una intensa campaña electoral que inició recién acabada la radioterapia.

Chávez no ha sido el primer mandatario en caer con las botas puestas. Franklin D. Roosevelt, uno de los más carismáticos presidentes de Estados Unidos, no llegó a cumplir su último mandato al fallecer por una hemorragia cerebral en 1945.

Fue una muerte rápida, no como sucediera en otros casos, como el del francés Georges Pompidou, víctima de una leucemia conocida como enfermedad de Walderström, de desarrollo muy lento. Se hizo pública en 1973, aunque llevaba cinco años batallando contra la enfermedad. Finalmente falleció el 2 de abril de 1974, provocando unas elecciones adelantadas.

Cuando falla el ‘motor’

En 2004, a tres días de ceder su cargo como jefe del Estado, fallecía en Viena el austríaco Thomas Klestil tras una enfermedad pulmonar, aunque la muerte de produjo por parada cardíaca.

Y es que el corazón ha sido el mayor enemigo de los mandatarios en activo: Gamal Abdel Nasser (Egipto, 1979), Turgut Ozal (Turquía, 1993), Kim Il Sung (Corea del Norte, 1994), Hafez Al Asad (Siria, 2000), Mingu Wa Mutharika (Malaui, 2001) o Saparmurat Niyánov (Turkmenistán, 2006) son algunos ejemplos.

Dos infartos marcaron también el rumbo político de Argentina: el del presidente Juan Domingo Perón (1974) y el del expresidente Néstor Kichner (2007), cuyo fallecimiento favoreció la carrera presidencial de su viuda, Cristina Fernández.

DESMEMORIA POLÍTICA

El alzhéimer también ha dejado una dolorosa huella. Esta enfermedad va devorando la memoria de quienes han sido protagonistas de una historia que son incapaces de recordar. Fueron muy duros los últimos años de Adolfo Suárez, fallecido en 2014, de quien su hijo contaba cómo apenas reconocía a los suyos, y muchos menos llegaba a recordarse al frente de la Transición española o su heroica actuación la noche del 23-F.

Lo único a lo que Adolfo Suárez parecía responder era a los estímulos afectivos, las pruebas de cariño –como besos y abrazos–, algo que bien sabe Diana Garrigosa, la esposa de Pasqual Maragall, quien confesaba en el emotivo documental Bicicleta, cuchara, manzana cómo el exdirigente socialista «cuando no recuerda a alguien que le saluda, le abraza igualmente». El matrimonio ha luchado unido mientras avanza la enfermedad como la Nada en La historia interminable.

Como curiosidad, cabe recordar la frenética actividad de la exprimera dama de Estados Unidos Nancy Reagan como defensora del uso de las células madre. Ronald Reagan fue diagnosticado de alzhéimer en 1994, falleciendo diez años después. Tal vez, si durante su presidencia se hubieran apoyado esas investigaciones, así como para otras enfermedades como el VIH, por ejemplo, se habría podido beneficiar de un mejor tratamiento. Pero fue demasiado tarde…

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