En Navidad comemos “sobras”

Por Pedro Dominguez Brito

Comer en Navidad a veces es complicado, pues nuestra cotidianidad culinaria se transforma como nunca antes en el año. Pocos ceden a la tentación de una buena “jartura”, aunque deban romper promesas y expresar las más absurdas excusas para justificar esos desarreglos en sus panzas. Pasan por alto que la gula es uno de los siete pecados capitales.

Empecemos por el 24 de diciembre, donde generalmente se cena tarde; sea porque hay que aprovechar ese momento en familia para repasar lo ocurrido y planificar; sea porque hay que esperar a alguien que arrancó temprano la parranda y no aparece ni en fotos; sea porque la abuela se lamenta, como lo hace desde hace décadas, de que será su última Nochebuena.

Para colmo, desde la tarde empezamos a beber y comer coquitos, uvas, turrones y pasas, y cuando llega la hora del festín, ya tenemos el estómago lleno de gases y otros elementos químicos. Solo nos queda saborear un cuerito de cerdo por allí, un pedacito de manzana por allá, una mordidita a un turrón a escondidas… en fin, tragamos de todo un poco y de nada mucho. Algunos parecen ballena, que todo le cabe y nada la llena.

El interior de la nevera, desordenado, se llena de lo que quedó, sin dejar de lado el hormiguero y el mosquerío que desde la madrugada se dan gusto en la mesa porque los dulces y las carnes quedaron afuera y destapados. Y aquí inicia la etapa más larga del año consumiendo “sobras” y donde hasta la glotonería se viste de cordero para engullirse a sí misma, escondiendo a un lobo voraz en sus entrañas.

El 25 de diciembre, temprano, devoramos lo que subsistió del 24, cuyos alimentos, todavía, mantienen cierto orden y estética. El 26 desayunamos con desechos que no huelen del todo bien. Al mediodía, volvemos con lo que se sobrevivió del 24, pero ahora las carnes de cerdo, res y pollo están mezcladas, al igual que los pastelones de berenjena y plátano maduro. Nadie sabe lo que traga y mucho menos puede descifrar de dónde proviene el hueso que tiene en la boca.

El 27 se repite lo del 26. El 28, con los remanentes que se han salvado y con el pan duro que desde el 24 nadie le había hecho caso, hacemos sándwiches con retazos de todos los animales del mundo, con mucho cátchup, mostaza y mayonesa para matarles el sabor.

Lo triste de todo es que el 31 de diciembre, aunque con menor intensidad, se repetirá lo del 24 de diciembre y será a principios de enero cuando finalizará en nuestras mesas el “tiempo de las sobras”.