De la corrupción, los secretos y el allante pendejo

Marien Aristy Capitán

Escándalo sobre escándalo, como quien escala muy rápido una alta montaña, nos vamos quedando sin aliento. La certeza, aunque no sorprenda, nos puede: ¿será posible que cada caso de corrupción sea peor que el anterior? ¿Cuántas muertes más tendrán que llegar para entender que el Gobierno está podrido y que el Presidente tiene que hacer algo de una vez por todas?
Cuatro personas han perdido la vida por culpa del dinero mal habido. Primero fue el arquitecto David Rodríguez, quien se suicidó hace dos años en la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE); y luego vinieron las muertes de los locutores Leonardo Martínez y Luis Manuel Medina, en febrero pasado, víctimas colaterales de la mafia existente en la venta de terrenos del Consejo Estatal del Azúcar (CEA).
Ahora le tocó el turno al abogado Yuniol Ramírez, quien ha muerto producto de otro caso de corrupción: esta vez en la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA), un lugar donde hace un tiempo prestó servicios Arsenio Quevedo, transportista acusado actualmente de sicariato (¿habrá dejado su impronta en ese lugar?).
Estos casos, así como el de Odebrecht, tienen algo en común: funcionarios que se enriquecen ilícitamente y autoridades que se sorprenden al investigar, cual si fuera un secreto lo que está pasando. ¿Es que los ciudadanos nos enteramos mejor de lo que sucede en el Estado? No creo.
Si aquí no se hace nada serio para acabar con la corrupción es porque hay mucha complicidad y, asumo, bastantes beneficiarios. Las veedurías, las páginas de transparencia y la Cámara de Cuentas son allantes para pendejos.