Como obtener la ciudadanía celestial

RAFAEL BALDAYAC 

Especial/Caribbean Digital

Un erudito dijo una vez: “El mundo es un puente. El sabio pasa sobre él, pero no construye en él su morada”. 

Cada uno se siente ciudadano de un lugar en la tierra. De su pueblo, su ciudad, su región, su país, hasta del mundo. Hay,  incluso rebeldes que no se sienten de ningún lado, por no creer  en  nadie ni en fronteras.

Periodista Rafael Baldayac. Archivo.
Periodista Rafael Baldayac. Archivo.

Entonces como definimos extranjero? Vendría a ser el que es de fuera. Pero… ¿de fuera de dónde? De fuera de aquí. , entonces defíname ‘aquí’…. Los nacionalismos los lleva cada uno para dividir.

Muchos extranjeros en la República Dominicana están alborotados. Es tema de debate en actualidad  la nueva ley  de Naturalización (169-14)  que establece un régimen especial para personas nacidas en el territorio nacional e inscrito irregularmente en el registro del estado civil dominicano.

No hay razón para conflictos,  el mundo sigue siendo un puente, aquí no tenemos residencia permanente (Hebreos 13:14). Pedro describe a los cristianos como extranjeros y peregrinos aquí en la tierra, es decir no somos ciudadanos de este mundo (1 Pedro 2:11).

La palabra griega para extranjero es: «Pároicos». Se usaba para señalar a un residente temporal en un país extraño. Describe a aquel que se encontraba en otro país, aunque con el pensamiento siempre estaba en el suyo.

Se dice que los judíos dondequiera que estuvieran exiliados, sus ojos se dirigían hacia la Ciudad de Jerusalén, la Ciudad del Gran Rey. En los países extranjeros construían sus sinagogas orientadas hacia Jerusalén, su anhelo era regresar a la tierra de promisión.

Los cristianos, en cualquier parte del mundo  dirigen su mirada siempre hacia Dios. Un  pueblo cuyo Rey es Cristo, cuyo hogar es el Cielo.

Habitan en la tierra de su nacimiento, pero como residentes temporales, asumen todas las responsabilidades como ciudadanos, pero somos extranjeros y peregrinos en el planeta.

Pasan la vida en la tierra, pero su ciudadanía está en los cielos (Filipenses. 3:20, 1 Corintios 4:9-13). Son como los que vienen a tomar una asignatura y luego se van.

Cuando Pablo escogía un lugar para predicar el Evangelio, lo hacía como todo un estratega. Pero esta vez escogió Dios, dándole una visión, Hechos 16:6-10. El lugar en cuestión. La ciudad de Filipos centro de comunicaciones de una amplia zona.

La ciudad de Filipos tenía estas características. Fundada en el año 368 AC. por Filipo de Macedonia, recibió poco tiempo después la distinción de ser una colonia Romana.

El poseer la ciudadanía Romana, en aquellos tiempos, era lo máximo para cualquier persona que la pudiera obtener. (Hechos 22:25-29). Desde luego para Pablo, no había nada más importante que ser «Ciudadano del cielo», y lleva toda la razón en ello.

Para los cristianos que residían en esa área, hablar de la importancia de la ciudadanía era muy comprensible. Insta a los cristianos a que sean capaces de valorar altamente la importancia de ser ciudadanos del cielo.

El hombre sigue, por doquier, buscando y buscando la patria perdida, construye palacios, habita en ellos pero no es feliz, amasa fortunas, compra glorias y placeres mundanos pero no encuentra aquella felicidad perdida que sentía cuando gozaba de la comunión y cuidado del Padre en Edén.

En la vida siempre estamos caminando y caminando, buscamos la felicidad. La felicidad parece no existir en ninguna parte. (Mateo 9:35-36) Así describió Jesús a la gente, pobres, desamparados, sufriendo y sin esperanza.

Sin embargo  el único camino de retorno al Hogar Eterno es Jesucristo.  En la casa de mi Padre muchas moradas hay (Juan 14:2).  Yo soy el camino, y la verdad, y la vida (Juan 14:6) ¡No hay otro camino! Vengan a mí. Encuentren descanso para vuestras almas. El alma nunca ha estado feliz en este mundo, no pertenece aquí. (Mateo 11:28-30).

¿Usted ya encontró la senda y el camino que le llevará de regreso a la patria celestial?  Muchos encontraron en Jesús lo que buscaban. Recordemos lo que dijo Pedro “Señor a quién iremos si sólo tú tienes palabras de vida que darnos” (Juan 6:67-69).