Anécdotas de una travesía

Eugenio Taveras

Especial/Caribbean Digital

SANTIAGO RODRIGUEZ, República Dominicana.– La intención del presente escrito es recoger las incidencias vistas a mi estilo, por lo que le sugiero que nadie de los que formaban parte de esta procesión pusieron un granito de arena en el contenido de lo que usted se apresta a leer a continuación y todos somos protagonistas, porque no guardo secretos a nadie, ni de mí, por lo que usted aguanta lo que sigue o deja sus ojos aquí mismo y olvida lo que ha leído, estamos.

El veterano periodista Adriano de la Rosa, como siempre, gozó un montón.

El peregrinaje inició en el parqueo de Teleuniverso (Canal 29) un domingo a las 8:30 treinta de la mañana, momento en el que llegué para acompañar un nutrido grupo de colegas, formado por trabajadores de la prensa, periodistas y comunicadores de Santiago, que abordaríamos el autobús que nos trasladaría a la Línea Noroeste izquierda mediana, específicamente a Santiago Rodríguez, la tierra del cazabe, la leche, la música, el chivo deshuesado, las mujeres hermosas y de limpieza impecable.

La camaradería, el relajo y las chanzas son ingredientes que no pueden faltar al momento de sentirte parte de un grupo de mutantes inmersos en la tarea de llevar al público lo que aparezca para sentirse realizados las 24 horas del día, incluso cuando se encuentran en un sueño profundo.

Los episodios que describiré no son inventados y todos los que andábamos sabemos que sucedieron tal cual aparecen plasmados en estas cortas líneas y representan el emblema y sabor característico de la interacción de personas con pensamientos, sentimientos y actuaciones distintos, frutos de la misma naturaleza que no tiene equivocaciones, porque para poder entendernos, debimos desarrollarnos en vientres diferentes.

Momentos antes de que el chofer pusiera el autobús en marcha, un señor con todos los años en el oficio de la comunicación, sin título de periodista, pero con un basto historial en una escuela de aprendizaje eterno, echó una pavita en el último asiento a la derecha, lo que procedí a tomarle una foto, lo cual provocó que despertara con la carcajada que lo caracteriza, instante que aproveché para hacerle la toma contraparte, por lo que te invito a abrir las fotos adjuntas y descubrirás cómo un muerto se ríe de sí mismo después de su muerte.

La primera parada la hicimos en un negocio de expendio de comidas ubicado en la autopista Duarte, tramo Santiago-Navarrete, y una vez allí hubo un colega con mucho años en la comunicación, de profesión locutor añejo-olvidado que adquirió una sopa de esas que meten a un aparato llamado mico-ondas, que cuece los alimentos en un santiamén, a la cual le introdujo un pedazo de queso y luego un trozo de longaniza que quien esto escribe le ofreció.

La llegada a nuestro destino tuvo la bienvenida esperada e inmediatamente los anfitriones se pusieron en acción, trasladándonos a la Sala de Sesiones del honorable ayuntamiento de ese municipio.  Una vez allí, fue desarrollada la agenda preconcebida por los esposos y periodistas licenciados Raymundo Infante y Jacqueline Estévez, ésta última Secretaria General del CDP en esa comarca.  Terminadas las cortas intervenciones de los colegas y el síndico de la Provincia, nos dirigieron en fila india hasta un comedor donde nos esperaba una comida hecha con manos cocineras.

A la salida de la Sala de Sesiones y tomando el pasillo derecho estaba el baño de los que se creen hombres y se lo agarran para mear, una vez allí pude observar en un zafacón material de limpieza periodístico y ni zoso ni perezoso pregunté a un colega presente:  ¿tú crees que el que se limpia con papel periódico queda limpio?, ninguna respuesta, saca tus conclusiones.

El baño de las hembras queda en el pasillo a la derecha y allí se trasladó a botar lo que le sobraba en la vejiga una colega de color casi oscuro, que hoy día tiene unas libritas más, pero que la calificamos de flaca hace algún tiempo, y a la cual le recomendé que le venían bien cinco libras más, pero ella se siente bien así, por lo que le dije:  a po ta bien.

Esta licenciada se metió al excusado, trancó la puerta, hizo su necesidad, se subió las pantaletas y pantalones, se dispuso a salir y… sorpresa, el pestillo no respondió.  La periodista presa debió luchar con los nervios antes de que pudiera lograr ponerse en libertad a sí misma.  La vimos salir roja, en lugar de negra.

La fila del almuerzo fue encabezada por mí, lo cual provocó una sincera arenga, a su estilo, por parte de la anfitriona vestida de amarillo y que daba el aspecto físico de un embarazo de tres meses, la cual me dio una fina reprimenda por agentao, que me puso en reversa eléctrica; sin embargo, comoquiera me serví de primero, porque olvidé la bofetada, pensando en ese instante que eso lo hacía la gestación en tiempo imprudente por la edad.

Una vez servida la comida coloqué el plato en una mesa y, entonces, fue cuando me di cuenta de que no me había lavado las manos, constituido esto en una costumbre, máxime cuando se han estrechado en tantas bacterias contenidas en cada racimo de cinco dedos que apretamos y por el asunto ese del cólera.  Al regresar encontré dos colegas más que me acompañaban y de aquí se desprende la pieza clave para que el viaje estuviera matizado de una seria presunción.

En la susodicha mesa la compartí con un colega que trabaja en el periódico La información, tiene muchos años allá, él mismo se califica miembro de un partido en la oposición que mi discreción y ética me prohíben decir que es el PRD.  Pues bien, mientras degustaba una carne roja que estaba incluida en el menú, ese colega me abordó con una expresión que dejó entredicho mi conocimiento sobre la materia; sin embargo, más tarde, de regreso a Santiago, descubrí que fue cierta la creencia de que para otros, no solo para él, habían servido chivo deshuesado, y así fue hecho público por la Secretaria General del CDP.

El final de este escrito no puede concluir sin la ayuda de ustedes, por lo que les pido, distinguidos, respetuosos, admirados y pluripolifacéticos (palabra inventada por mí) colegas que me ayuden, todos, a descubrir el gran acertijo que quedó, como el sello inolvidable, de los peos que flojó o flojaron el colega o los colegas dentro del hermético lugar en el cual veníamos presos y donde dichos químicos intestinales gozaron del libre albedrío para flotar en el aire a su antojo y mortificar la quietud respiratoria de los viajantes.