Viven ilegales en EE.UU, pero aún persiguen el sueño americano

JOSÉ ALFREDO ESPINAL

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Editor/Caribbean Digital

Buscando una oportunidad, hombres y mujeres se divorcian de sus parejas para casarse con un ciudadano(a) americano(a) (por paga) para lograr su residencia (green card). Hay quienes salen airosos en esa travesía. Otros pierden su dinero y el ajeno. Lamentablemente muchos regresan a su país deportados y frustrados.

MASSACHUSETTS, Estados Unidos./ “Tengo diez años que llegué a este país. Mi esposa y mis tres hijos se quedaron en casa. Se que tengo mis tres hijos, pero no se si con ese tiempo aún pueda decir que tengo a mi esposa”.

Estados Unidos es una gran nación que ofrece muchas oportunidades a los ciudadanos de diferentes partes del mundo.

Así de simple, así de sencillo, de manera clara y nostálgica un salvadoreño nos narró parte de su historia en la búsqueda del sueño americano.

Aquí él se gana la vida como “dishwasher” o lavaplatos, un oficio que no se necesita ser académico para ejercerlo pero que dignifica mas económicamente que cualquier profesión en un país de Centro o Sur América, y del Caribe.

Como ese salvadoreño, hay decenas de sus compatriotas, los hay dominicanos, costarricenses, peruanos, mexicanos, hondureños, y de otras nacionalidades.

Vinieron a este país de manera ilegal, la mayoría de ellos, otros con visado de paseo o turista, se quedaron aquí con el propósito de arreglar su condición migratoria para echar adelante sus sueños en el llamado gran país de las oportunidades.

La realidad, sin embargo, ha sido otra.

Viven aquí sin papeles, otros sobreviven con documentos falsos. Viven apenados. Su rostro hace pensar a veces que se trata de seres humano de sangre fría.

Sus mentes, en cambio, añoran volver a su tierra, aquella que dejaron desconcertados por la crisis económica, la desigualdad social y la falta de oportunidades. Buscando un futuro para su familia se encontraron con una pesadilla, a la cual ya se han acostumbrado.

Décadas sin ver a sus seres queridos. Lo desean en el alma, pero no pueden porque carecen de documentos legales que les permita regresar a donde, a pesar del sufrimiento de estar lejos, le permite la subsistencia alimentaria y educativa de sus hijos y esposas, padres y hermanos ubicados del aquel lado.

“No es lo mismo hablar por teléfono. Se me rompe el corazón cuando hablo con mis hijas. Es una situación difícil”, nos comentó una mujer salvadoreña con quien compartí en un bus.

Ella llegó a este país por la frontera de México.

“Yo no quiero que mis hijos vengan a este país de esta manera. Prefiero mejor seguir hablando por teléfono con ellos”, añade.