“Sueño de invierno” Cuando hacer cine no es un sueño

Armando Almánzar R.
Santo Domingo, RD.- Usted, en un grupo de cinéfilos, pregunta por grandes directores y, dependiendo de la edad de quien responda, brotan a raudales los nombres: Chaplin, Renoir, Wilder, Hitchcock, Kubrick, Altman, Bergman, Fellini, Visconti, y así, ad infinitum. Pero, ¿acaso piensa que le van a mencionar un nombre como Nuri Bilge Ceylan? Pues claro que no, sobre todo porque ese señor es turco, y por estos lados de Turquía apenas se menciona el “wasabi”, como en la misma película suya, “Winter’s sleep”, en su idioma original “Kis Uikusu”.

Valoración. Es extensa, pero es una formidable película.
Valoración. Es extensa, pero es una formidable película.

Pero, por si acaso, cuando le vuelvan a preguntar, si ya ha visto este film, menciónenlo, porque es evidente, más que evidente, que este Ceylan es todo un creador.

Sobre todo, porque, a pesar de que esta película tiene nada menos que 3 horas y 14 minutos, por encima de que su planteamiento filosófico es expuesto a través de las conversaciones entre Aydin, el esposo maduro, y Nihal, su esposa aún bastante joven, y entre Aydin y su hermana Necla, luego con su amigo solitario y el maestro, o sea, que el guión es prácticamente “contado” a viva voz por esos personajes y el chofer de Aydin, muy a pesar de ello, esa peculiar combinación de palabras en profusión y una hermosísima fotografía invernal en interiores y exteriores convierte lo que pudo ser un multiplicado discurso extenso y pesado en un discurrir intenso y tenso cuyo ritmo no decae.

Y, ¿saben por qué muy simple razón no decae? Sencillo, porque esos diálogos poseen fuerza dramática, tienen un significado profundo, no sobreabundan en el sentido de reiteraciones inútiles y, además, porque están en las voces de un selecto elenco de actores y actrices cuyos nombres jamás habíamos escuchado mencionar, pero que cuya expresividad anonada al espectador.

Y no vayan ahora a creer o suponer que enfrentamos un drama rebuscado y violento.

No, la violencia existe, pero es una violencia soterrada, una violencia que brota de lo más profundo de la psicología de esos seres que conviven pero a la vez se repelen, una violencia que brota sutil de las expresiones de ese Aydin, orgulloso, hiriente, que, por su pasado de actor, por su presente de articulista de un diario de pueblo y presunto escritor que aún no ha publicado nada, se considera por encima de todos los demás y, a veces sin querer, pero casi siempre desbordado por su vanidad, humilla, lastima y conturba mientras sus palabras fluyen con suavidad envueltas en una permanente sonrisa “amable”, todo ello parte de un disfraz, todo una caracterización permanente, inseparable porque ya ese Aydin no es lo que alguna vez fue, ahora es eso que alguna vez fue, un actor, vive repres ent and o ese rol de “ a m i g o ” de todos y protec tor de muchos cuando, en verdad, por dentro es otra cosa, un ser desp r e c i a – ble que, al final, cuando Ceylan nos envuelve en la voz en “off” de su personaje, creemos que ha cambiado.

Pero, insistimos, creemos, porque entonces lo que sucede es que está añadiendo otros aspectos y detalles a su vacua superioridad.

Sí, es extensa, pero es formidable esta película, vayan cenados, duerman la siesta antes, pero hagan por verla. Porque películas así, producciones modestas que surgen sin bombos ni platillos, no son plato de todos los días.

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