Precisiones históricas ante la negación de la dominicanidad

Por Jesús Polanco

El sábado 10 de marzo (2018), tuve la oportunidad de participar de una conferencia en la UAPA titulada: “La Nación Dominicana, Mitos, Mentiras y Desafíos”; expuesta por el doctor Carlos De Peña Evert. Dicha conferencia no fue presentada por escrito, pero el conferencista ha disertado en dos universidades más de la ciudad de Santiago sobre el mismo tema, por lo que se asume que lo referido en la misma puede ser confirmado muy fácilmente.

Las tesis sobre las cuales ha girado la conferencia en cuestión es la negación de la Independencia Nacional, del Estado Dominicano, la no existencia de la república como forma de organización del Estado. Según sostiene, tampoco existe democracia, ni la frontera.

Al escuchar tantas afirmaciones categóricas y vehementes ante un auditorio formado mayoritariamente por estudiantes, me vi conminado al finalizar la disertación a tomar un turno, a pesar de la ecuanimidad, el respeto al pluralismo ideológico y a la diversidad que se supone debe asumir un educador cuando surgen temas complejos y contradictorios.

El punto de partida de la ponencia arrancó con una contradicción de fondo, pues comunicó que se presentó como candidato a senador por el Distrito Nacional, en las elecciones del 2016, por un partido minoritario o alternativo. Una pregunta obligada es, ¿cómo es posible presentarse a un certamen electoral en un Estado y en una democracia inexistentes?

En el argot popular y sobre todo en los medios electrónicos y artísticos se escucha hablar de personas que se valen de algunas estrategias para buscar sonido. Dicho en otras palabras, para hacerse notar o buscar nombradía como se le escucha decir a un célebre jurista dominicano.

Hay que tener mucha osadía para asumir planteamientos carentes de bases históricas y jurídicas en contextos académicos, pues en todo caso, se sobredimensiona la ignorancia de las personas y/o se subestima la inteligencia de los demás.

Desconocer el Estado Constituye a nuestro modo de ver, una limitación en la visión sobre el devenir del desarrollo histórico-social de la humanidad. Por ejemplo, los Estados Nacionales o Estados Modernos surgidos en Europa en la época de transición del sistema feudal al capitalista, es un proceso que tarda en definirse y consolidarse alrededor de tres siglos. Con los procesos de independencia de las colonias inglesas de Norteamérica, la revolución e independencia de Haití y la emancipación del resto de las colonias latinoamericanas, nadie puede negar el surgimiento de entidades llamadas a organizar a las nuevas naciones con estatus jurídicos-políticos y administrativos que les permitieran ponerse al frente y dirigir los destinos de las respectivas sociedades.

Naturalmente, que ningunos de los nuevos Estados nacieron fuertes, ni siquiera en condiciones de dar respuestas mínimamente satisfactorias para la población; pues, los procesos históricos sociales no siguen trayectorias rectilíneas y armónicas. Si esa fue la realidad política en las primeras décadas del siglo XIX, en América Latina. El naciente Estado Dominicano años después, no podía ser una excepción. Es evidente la debilidad institucional en que surgió y ha discurrido la vida débilmente organizada de la sociedad dominicana, como consecuencia justamente de las carencias y dificultades del ente rector de cualquier nación que es el Estado. En nuestra historia ha habido etapas de dictaduras, anarquía política e intervenciones extrajeras; no obstante, en cada momento, sus hombres y mujeres han ideado fórmulas para superar las adversidades. La constitución de noviembre de 1844, en su artículo primero, instituye la independencia y adopta el sistema republicano, como resultado de la influencia de las corrientes liberales en boga en la época, y que ya recogían las constituciones que sirvieron de modelo para la redacción de la carta sustantiva que debía regir al Estado Dominicano.

Ignorar la disputa entre los grupos que protagonizaron la lucha por la independencia y los intereses defendidos por cada uno, impide entender la imposición de los sectores conservadores y oligárquicos en la dirección de ese instrumento de poder que es el Estado. Es desconocer por demás el enfoque marxista de la dinámica de la lucha de clases.

El insigne intelectual y civilista dominicano, Américo Lugo, en su tesis doctoral: El Estado Dominicano ante el Derecho Público; ilustra muy bien las características políticas y culturales del pueblo dominicano, que según afirma fueron parte de las causas que provocaron la anexión a España en 1861.

Pienso que el discurso del señor De Peña Evert, evidencia un enfoque acomodaticio de la historia dominicana o responde a intenciones ocultas para justificar propósitos ulteriores.

Con respecto a la frontera, en base a una revisión rápida de la historia de la isla desde la época colonial, se sabe que, mediante el tratado de Aranjuez, se establecieron los límites para las colonias de Saint Domingue y Santo Domingo, firmado entre España y Francia en 1777.  En 1929, ya en la etapa republicana se firmó un nuevo tratado fronterizo entre Haití y la República Dominicana, representado por los gobiernos de Louis Bornó y Horacio Vásquez, respectivamente. Luego, en 1936 fue firmado el último protocolo de revisión fronteriza entre los presidentes Rafael L. Trujillo por República Dominicana y Stenio Vincent por Haití. Es una muestra de la existencia jurídica de una delimitación territorial.

Negar esa realidad es pretender desconocer la dominicanidad y asumir una postura graciosa para determinados sectores, pues en el trasfondo de ese discurso se puede inferir que, si carecemos de Estado, de república, de democracia y de frontera, somos un latifundio sin dueño, poblado por seres irracionales y por tanto expuesto para quien quiera apropiarse del mismo.

Tratar de borrar de un solo plumazo toda la trayectoria histórica del pueblo dominicano no es lógico ni razonable. Sin lugar a dudas que planteamientos en esa perspectiva tienen señales de una solidaridad mal entendida o simplemente disimulan una intención malsana respecto a la soberanía, que en adición a la nación y al territorio son los elementos constitutivos del Estado.

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(Educador en Ciencias Sociales).