La jerarquía tóxica

POR J. LUIS ROJAS

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Tomando como punto de referencia las consideraciones pragmáticas, podría decirse que la jerarquía es un medio para establecer una escala, un rango y un orden en determinadas estructuras organizacionales y humanas, basándose en el nivel de interés, significación o importancia de las funciones que se asignan y ejercen. En pocas palabras, la jerarquía consiste en el otorgamiento de rangos o posiciones a personas competentes, para que realicen funciones y tareas específicas dentro y fuera de las organizaciones.

Para hacer de la jerarquía un medio de alto valor agregado al buen desempeño de las empresas e instituciones, es imprescindible disponer de mecanismos objetivos, confiables y efectivos, basados en la calidad y sostenibilidad de las competencias duras y blandas del talento humano que ejercerá la jerarquía. Otorgarles jerarquía a personas con poco o ningún nivel de inteligencia emocional, espiritual y social, es casi lo mismo que concederle permiso para el porte y tenencia de armas a alguien que padece trastornos de la personalidad.

Cuando la jerarquía se otorga al margen de las competencias, habilidades, experiencias y méritos requeridos, los climas y relaciones laborales se transforman en entornos tóxicos e improductivos, en los que la creatividad, la innovación, la participación y la autoestima del talento humano subalterno, no florecen, ni dan frutos positivos. Asignarle poder a una persona que padece de: resentimiento, prepotencia, arrogancia, megalomanía, exclusión y bipolaridad, es poner en alto riesgo la estabilidad productiva y emocional de los que colaboran directa o indirectamente con quien mantiene una posición jerárquica tóxica.

Por lo general, los que suelen practicar la jerarquía tóxica, piensan, deciden, actúan, se relacionan y hablan igual como lo hacen los miembros de determinadas manadas: se sientan, caminan, comparten y construyen empatía solo con sus iguales. Su concepción errada acerca de la jerarquía próspera, los vuelve locos e incurren en yerros irracionales, cuyos efectos son letales para el desempeño organizacional positivo y para las relaciones laborales armoniosas y de cooperación. Las decisiones provenientes de la jerarquía próspera son más horizontales que verticales.

El primer y más importante requisito para designar a alguien en una posición, cuyo ejercicio implica otorgarle un nivel de jerarquía, es lo concerniente a la calidad humana. Sin importar la naturaleza de los ámbitos o entornos en los que se ejerce la jerarquía, los sustentantes de ella tienen que ser personas portadoras de emociones y sentimientos positivos. Para ejercer la jerarquía próspera, el liderazgo de servicio es más relevante que la autoridad ciega e irracional. Los que practican la prepotencia, la arrogancia, la exclusión, la hipocresía, el maltrato y la megalomanía, no están en capacidad de ejercer correctamente la jerarquía.

La jerarquía, tanto una herramienta para gestionar de manera eficiente y eficaz las organizaciones, debe ser otorgada a personas que siempre tengan más de una solución para un mismo problema y poseen capacidad para ver la complejidad de los detalles. Además, sienten emoción cada vez que inician un proyecto nuevo o tienen que aportar ideas significativas, conocen y resaltan el valor del trabajo de los demás.

Los que practican la jerarquía próspera, desarrollan capacidad de análisis. Entiéndase, están al tanto de los datos, de los detalles y de las informaciones que agregan valor al desempeño de las organizaciones y a sus climas laborales. El talento humano que usa inteligentemente su cuota de jerarquía es flexible y no se atrinchera en un solo enfoque para abordar oportunidades de mejoras. Es capaz de entender y asumir diferentes puntos de vista para transformar debilidades en fortalezas. En cualquier ámbito, la jerarquía solo tiene sentido si es para servir y construir prosperidad sostenible.

En síntesis, la jerarquía próspera es para directivos, ejecutivos y gerentes con curiosidad, humildad e integridad. Es decir, son personas que siempre están en disposición de aprender cosas nuevas de los demás. Esperan desarrollar nuevas competencias y habilidades aunque no estén directamente vinculadas a su área profesional. Dicho de otro modo, el talento humano que ejerce la jerarquía con responsabilidad, ética y de manera positiva, es el que puede generar ideas significativas, es entusiasta e inspirador, es crítico y tiene capacidad de análisis, es de pensamiento flexible y práctica la curiosidad.

¿Conoce usted los efectos nocivos que provocaría al clima laboral, a la estabilidad emocional del talento humano subalterno y a la productividad de las empresas e instituciones, colocar a personas sin capacidades y con trastornos de la personalidad, en posiciones que requieren de una determinada cuota de jerarquía? Sin duda, las consecuencias son muchas y de alto riesgo para el buen desempeño de las organizaciones, sin importar su naturaleza. Los directivos, ejecutivos y gerentes tóxicos y egocéntricos, no tienen ninguna posibilidad de ejercer la jerarquía próspera.