Rafael Baldayac
Hoy es Día Internacional de la Democracia, según resolución de la Asamblea General de la Naciones Unidas. Esta organización declara el 15 de septiembre de cada año como el Día Internacional de la Democracia para que sea celebrado y observado por todas las personas e insta a los gobiernos a fortalecer, promover y consolidarla cada día.
La democracia es un valor universal basado en la voluntad libremente expresada por los pueblos de determinar sus propios sistemas políticos, económicos, sociales y culturales y su plena participación en todos los aspectos de sus vidas.
Esta palabra viene del griego “karatia”, que significa gobierno y “demos” del pueblo. De manera que fueron los griegos quienes establecieron la primera democracia en Atenas en el 507 A.C.
El principio fundamental de esta forma de gobierno es que todos los ciudadanos de una nación sean iguales ante la ley, o sea que tengan los mismos derechos y obligaciones; y que puedan votar y ser votados, es decir, que puedan elegir a sus gobernantes y poder ser ellos mismo eso, si son elegidos por sus conciudadanos.
Todavía en muchos países hay ciudadanos que no se le reconocen plenamente sus derechos, incluso a las mujeres, o ha habido discriminación racial o religiosa, dando lugar a democracias bastante imperfectas.
El principio fundamental de la democracia es definitivamente bíblico, que es la igualdad de todos los hombres… porque para Dios no hay acepción de personas (Romanos 2:11).
Esto está ampliamente reiterado en numerosos pasajes en ambos Testamentos (Deuteronomio 10:17, 2 Crónicas 19:7, Lucas 20:21, Hechos 10:34, Gálatas 2:6, Efesios 6:9) pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis convictos por la Ley como transgresores (Santiago 2:9). Así pues, no cabe quienes se consideren superiores a los demás por ningún concepto.
Dios aplicó este principio en la selección de hombres y mujeres que le sirvieron. Noé, hombre justo, era perfecto entre los hombres de su tiempo; caminó Noé con Dios. (Génesis 6:9).
Esa fue la razón por la que Dios se fijó en él, no por su linaje, ni por sus posesiones, ni su intelecto. Abraham, descendientes de Sem, hijo de Noé, se distinguió por su obediencia a Dios, por lo cual Él lo bendijo
Hay también un patrón de hijos menores que prevalecieron, como Jacob ante Esaú, Judá como el hijo menor de Lea, y David como el menor de los hijos de Isaí. Esto se contrapuso con la tradición de la primogenitura.
Ahora bien, el gobierno que tuvo Israel durante la parte más relevante de su historia fue la monarquía. Previo a ésta gobernaron Jueces, los cuales fueron mayormente malos, pero que no provinieron de ningún linaje establecido ni necesariamente de élites. Ante la decadencia que imperaba con ellos, el pueblo clamó por un rey.
El Reino de Israel tuvo como reyes a Saúl, David y Salomón, de este se desprendió el Reino de Judá o Reino del Norte (Siquem, Tirsa y Samaria) que fue conquistado y destruido por el imperio asirio.
Saúl, joven y hermoso, terminó siendo rechazado por Dios por su desobediencia. Cuando fue a ver a cuál de los hijos de Isaí escogería Dios… Pero el Señor le dijo a Samuel: La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón (1Samuel 16:7).
Fue así que un humilde pastorcito fue escogido para ser el gran Rey de Israel, sin tener ningún atributo de linaje, ni de poder, ni de nada que lo distinguiera; pero con una gran disposición para obedecer a Dios.
Después de David reinó Salomón su hijo, quien llevó a Israel a su máximo esplendor, pero que también cayó en apostasía, en rebeldía contra Dios.
Luego de él, la soberbia e insensatez de su hijo Roboam propició la división de los reinos del norte de Israel del reino de Judá. Tras él, los reyes de Israel fueron de mal en peor hasta que su reino fue invadido por los Asirios. Y, por otro lado, algunos reyes de Judá fueron buenos, pero muchos muy malos, y al final, ellos fueron vencidos y desterrados por los Babilonios.