Rafael Baldayac
SANTIAGO, RD.- El fenómeno de la corrupción o enriquecimiento ilícito ha alcanzado dimensiones desproporcionadas producto de una voluntad política permisiva ante la depredación del erario público y la ineficacia de nuestra legislación para sancionar a funcionarios (o altos ejecutivos privados) que en el ejercicio de sus funciones logran lucrarse de manera deshonesta e indecorosa.

Son muy escasos, raros diría yo, los políticos que ejercen un cargo en la administración pública o como legisladores en el Congreso Nacional que al término de sus funciones no sean ya millonarios, creando de esta forma un negativo precedente para las futuras generaciones, y socavando la moral de todo un pueblo que flaquea en la consistencia necesaria para mantener la lucha contra la corrupción.
Tanto la corrupción administrativa como la privada, sobre todo bancaria, se ha incrementado durante los últimos veinticincos años, aunque ha existido desde los inicios de la vida independiente.
Etimológicamente, la palabra “Corrupción” viene del Latín Corrumpere que significa “sobornar”, “falsificar”, “dañar”, “echar a perder”. Está formada por dos raíces latinas Cor y Rumpere que significan Corazón y Romper. Es decir que Corrumpere significaba, para los romanos, romper desde adentro, “romper el corazón”.
La palabra “Justicia”, en su origen, tiene que ver con “lo que se hace conforme a derecho”, sin importar quien la ejerce ni a quien se aplica. Por eso, se dice que la justicia es “ciega” (para todos igual) y aparece representada con la imagen de una mujer con una balanza en una mano, una espada en la otra y los ojos vendados, simbolizando que su autoridad es para todos y para todos la misma, sin distinciones.
Cuando pensamos en abordar el tema de la corrupción humana frente a la justicia de Dios, hay algunas premisas erróneas que es preciso evitar: La de pensar que la Biblia no lo trata. Por tanto, hay que guardar silencio sobre él. No hay nada que decir.
La de tratar de “religiolizarlos”, es decir, manejándolos de tal modo que sólo percibamos en ellos una dimensión “religiosa”, “piadosa” y abstracta, ajena a las realidades sociales, políticas y económicas que nos rodean.
Estas premisas son rigurosamente falsas. En primer lugar, porque las Escrituras no silencian en ninguna parte la corrupción moral, política, económica y social de los hombres., por el contrario da fórmula infalible para superarla. Hay muchas naciones en los libros de los profetas a quienes el mensaje/denuncia de Dios llega de un modo claro y contundente.
El mismo Señor Jesucristo estuvo dispuesto a jugarse su prestigio, su reputación y hasta su propia vida al comprometerse con todas sus consecuencias con la justicia y la verdad. Por eso el cristiano no puede callar porque el suyo sería un silencio, que otorga, de complicidad.
¿Cómo actúa la justicia de Dios frente a la corrupción de los hombres? La justicia de Dios denuncia la corrupción en todas sus dimensiones:
Violación de los derechos humanos. Amós 1:6-7,11 – “Esto es lo que dice el Señor. Son tantos los delitos de Gaza que no los dejaré sin castigo. Por haber deportado a poblaciones enteras entregándoselas a Edom… Son tantos los delitos de Edom que no los dejaré sin castigo… por perseguir a su hermano y no haber tenido compasión manteniendo un odio implacable y perpetuo…”.
El mensaje profético de Dios a través de Amós, lanza una mirada que pone al descubierto la corrupción de naciones en forma de violencia, crueldad, venganza, odio, tortura, deportaciones masivas de gentes pobres que no tienen dónde ir y son entregados como mercancía a otros países porque nadie les quiere.
La ruptura de pactos internacionales, el pisoteo de los derechos humanos más elementales y la espiral de violencia sin medida parecen confirmar que la maldad no tiene fin.
Leyendo el profeta Amós, que vivió en el siglo VIII a. de C. tiene uno la impresión de que le están describiendo el relato de nuestros días: Deportaciones masivas, limpiezas étnicas, transgresión del derecho internacional, destrucción de pueblos que parecen no importar a nadie y guerras entre países hermanos sólo justificadas por intereses económicos de terceros.
¿Es ésta la civilización capaz de construir un mundo mejor? ¿O es el mundo de la barbarie, los abusos y atropellos, la corrupción y el desprecio de los derechos humanos? .