PERDÓN

Por Miguel Cruz Suárez

El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.

Creo que el perdón es el único hilo capaz de hacer suturas en el alma; bien utilizado puede abrir las puertas que por error fueron cerradas o devolver las confianzas perdidas. Algunos no saben pedirlo, están los que no quieren aceptarlo y otros no pueden encontrarlo. Cuando Manolón Perdomo (el cazador), le mató la gata a Felina Iglesias, tal vez por un error, no encontró forma más original de solicitar ser perdonado que regalándole un gatico pequeño y aquella gatuna solución surtió el efecto deseado.
Es tan poderosa esa palabra y encierra un significado tan grande que a veces ya no puede enmendar el daño causado, pero al menos deja un sabor menos amargo en los afectados; así, por ejemplo, en marzo del año 2000 la Iglesia Católica dio a conocer su ¨mea culpa¨ por el recurso a la violencia, el antisemitismo, la voluntad de dominio sobre otras culturas y religiones o la marginación de los menos favorecidos.
El papa, en esa oportunidad, añadió a estas peticiones cinco “nunca más” para el futuro de la Iglesia: a las contradicciones en el servicio a la verdad, a los gestos contra la comunión de la Iglesia, a las ofensas a ningún pueblo, al recurso a la lógica de la violencia y a la exclusión o discriminación de los pobres y los marginados. No dudo de esas buenas intenciones, habría que ver si todas se han cumplido después de casi 18 años.
En mayo de 2016 el presidente de Estados Unidos de América, Barack Obama, se convirtió en el primer mandatario estadounidense en funciones que visitaba Hiroshima, donde entre 66.000 y 150.000 personas murieron, tanto instantáneamente como por los efectos posteriores de la radiación provocada por la bomba atómica. Allí, en aquel lugar cargado de simbolismo, el ilustre presidente se negó a pedir perdón alegando: “No, porque creo que es importante reconocer que en medio de una guerra los líderes toman todo tipo de decisiones”, más claro, ni el agua de pomitos.
Tampoco se puede abusar de esta palabra, casi mágica, porque entonces da paso a un verdadero relajo y a que nadie tome son seriedad esos supuestos arrepentimientos. Yo recuerdo a Juanito el Melonero, un vecino regordete y colorado que vendía esas frutas por el barrio y que se gastaba el dinero de las ventas en el timbiriche de Leocadio, alias El Curandero (por su maestría santocando con agua el condumio etílico). Resulta que don Juanito pedía una y otra vez perdón a su esposa, con el vano juramento de no hacerlo más.
La mujer, cansada de tantas mentiras, lo garró por el cuello un día y tomó uno de sus melones que había quedado en el jabuco, partiéndoselo en la cabeza, luego lo mandó a que solicitara perdones a la fruta, el hombre asombrado y algo borracho obedeció y cuando cumplió lo indicado, ella lo interrogó colérica mirándole a los ojos: ¿DIME CONDENADO, ¿LUEGO QUE LE PEDISTE PERDÓN AL MELÓN DESBARATADO, SE VOLVIÓ A ARMAR DE NUEVO?, NO, VERDAD, PUES ASÍ ESTOY YO CON TUS PERDONES.
En la actualidad tenemos otro ejemplito magnífico de alguien que se pasa la vida metiendo la pata y pidiendo perdones que ya nadie cree, véase la historia reciente de Donld Trump y saquense las mejores conclusiones.

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