Un Acorde final al luto y la soledad que anuncian a una Patricia, dramaturga

José Rafael Sosa

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Especial/Caribbean Digital

Tras los aplausos por la sorpresiva asunción de una dramaturga que nadie esperaba,  queda claro que a  Acorde Final solo le faltó un monólogo de 10 minutos con la intérprete principal para dejar claro  cada vestigio argumental. Cada quien quedó en su silla esperando un poco más de la magia y  el vínculo que crea la pieza y que seduce la atención por su fuerza y expresividad, tanto dramática como por su dirección de arte, efectiva y efectista.

Acorde Final se presenta  este fin de semana en Sala Ravelo del Teatro Nacional.
Acorde Final se presenta este fin de semana en Sala Ravelo del Teatro Nacional.

Con Acorde Final, Patricia Muñoz ha consumado con calidad y dignidad un cambio en su trayectoria de artista de la escena al ser creadora de un texto sobre luto, soledad,  relaciones primarias y el refugio en que se puede transformar  la música en encuentro y cuando las angustias del vivir han hecho el estrago de carcomer en silencio cada uno  los interiores desgarrados.

Patricia Muñoz,  pese a una exigente carrera de ingeniería química, entendió el llamado   que a sus adentros plantaba del arte de las escenas hace bastante tiempo y se comenzó a dejar sentir, formada por  Manuel Chapuseaux y Germana Quintana, desde su primera aparición en las tablas en 1992, para dejar verse como talento en desarrollo sobre todo para la comedia.

Posteriormente, tras muchas risas y reflexiones provocadas, esta mujer se orientó a un teatro de drama, en solitario sin que renunciar a  la comedia o el “vaudeville” en Teatro Las Máscaras y otros espacios.

Lo que se percibe, dramatúrgicamente, es un estilo limpio, con un claro manejo del aluvión de pensamientos recurrentes, con buen manejo de los inter-conflictos, la limpieza de una textualidad que va recuperando al drama al espectador, para dar un sello de impecabilidad al tono parlamentario del conjunto artístico.

Acorde Final es teatro en su más fiel expresión, de aquel que nos monta en sus alas para mirar realidades  y sensaciones que de alguna forma nos tocan y sensibilizan. El humor no es objetivo permanente, aun cuando se permite una rica risa inteligente pero a cada tanto de tramo, manejando el drama como el ojo guía descriptor de los quereres y ausencias que deja plantados la autora.

Talentos

Dolly Martínez,  (Carmen) cumple su papel introductorio al pintar con humor el abandono en que se ha autoinscrito la persistente pianista aficionada con sus acordes, por cierto, acertadamente ejecutados por la Muñoz, de quien se descubre en la pieza, esta inclinación musical acompasada y que agrega, con la gravedad de sus notas, un matiz singularmente  cortante para el alma del público.

Mario Peguero (Cristóbal) logra una de sus mejores actuaciones teatrales que le deben indicar que su camino no es hacer promociones de televisión y, en cambio, profundizar en el ciertamente más tortuoso rumbo de su formación histriónica.

Patricia Banks es una artista que solo a ratos deja sentir su fuerza y talentos. Actriz,  fotógrafa de ojo tierno y penetrante, productora. Es ella un conjunto de expresiones de arte que no debería dejarse  tan escasamente sentir en escena o frente a cámara. Tiene fuerza, se apodera de sus parlamentos. Excede la expectativa de su imponente temperamento.

El trabajo de producción de Danilo Ginebra y la dirección impecable de Manuel Chapuseaux debe ser puesto en valor. Ojalá sea visto por  quienes habrán de votar por los renglones clásicos del Soberano.