¿Qué buscan las mujeres en Tinder?


Madrid

Lucía, una profesora de matemáticas sevillana de 31 años, conoció en un bar a un chico que le pareció atractivo y al día siguiente lo buscó en Tinder. Allí estaba. «Por suerte, lo vi en persona antes que en fotos porque las que había elegido eran espantosas». Lucía cuenta cómo el chico ya le había dado a «me gusta» y en cuanto ella lo encontró, se produjo el match.

«Yo no buscaba nada serio. Lo vi, me gustó físicamente y quería pasarlo bien, pero él desde el principio me dejó claro que no me veía como alguien de una noche». Estuvieron chateando tres semanas, sin quedar porque él decía que estaba muy ocupado y el día que finalmente quedaron, él la avisó horas antes para cancelar la cita porque estaba «malo». Y nunca más supo de él.

«Me sentía muy mal, muy frustrada pensando que había hecho algo que le había molestado». Días después, cuando Lucía lo comentó con sus amigas, ellas le hablaron del ghosting (ver glosario) y todo quedó claro. A Ana, una escritora barcelonesa de 36 años, un chico le hizo lo mismo: «Estuvimos chateando durante un mes, nos vimos tres veces y luego se esfumó».

Cuando Tinder fue lanzada en 2012, sus creadores, Sean Rad y Justin Mateen, de 27 años, nunca llegaron a pensar que alcanzarían más de 50 millones de usuarios en todo el mundo. Primero lo probaron en un campus universitario de Los Ángeles. «Todo el mundo tiene la necesidad de conocer gente, lo que en el pasado significaba hacerlo físicamente. Hemos convertido ese proceso en algo más eficiente». Y fue todo un éxito.

Match y acción

Es curioso que algún tiempo después saltó la noticia de que una de sus creadoras, la única mujer, Whitney Wolfe, se fue de la empresa y demandó a su exnovio y jefe de Marketing, Justin Mateen, por acoso sexual y discriminación. Meses después, Wolfe lanzó Bumble, una app para ligar similar a Tinder pero con la particularidad de que las mujeres hablan primero. Si se produce un match, es ella la que puede iniciar el chat en las siguientes 24 horas. ¿Por qué?

El mayor riesgo de Tinder es la ansiedad por la gratifi cación inmediata.

Porque cualquiera que haya probado Tinder sabe que hombres y mujeres se comportan de manera muy distinta con la aplicación. A first Look at user activity on Tinder, un estudio reciente de los investigadores Gareth Tyson y Vasile C. Perta, de la Universidad Queen Mary de Londres, revelaba que las mujeres son mucho más selectivas dosificando «me gustas», mientras que los hombres tienden a dar «me gusta» a un número muy superior de mujeres para aumentar sus probabilidades de éxito.

Ana, publicista madrileña de 25 años y usuaria de Tinder intermitentemente desde hace tres, cuenta que «solo le doy a «me gusta» si tiene entre tres y cinco fotografías donde pueda vérsele desde diferentes perfiles y compartimos alguna amistad en Facebook, eso me asegura que hay menos posibilidades de que se trate de un engaño».

Mariela Michenela, psicoanalista y autora del estudio El amor en los tiempos de Google, confirma que mujeres y hombres buscan cosas distintas y ahí radica el principal problema de Tinder: «Una mujer suele buscar al padre de sus hijos, el amor verdadero y un compañero de vida; mientras que un hombre, más a menudo, quiere ligar y añadir muescas en el revólver. Nosotras también, pero solo hasta que el reloj biológico empieza a chillar».

Michelena asegura que las mujeres son capaces de disfrutar del sexo sin consecuencias, pero la pregunta de si una mujer quiere tener hijos siempre llega: «Sea cual sea la respuesta, es una pregunta universal que toda mujer se hace una o varias veces en la vida. Los hombres, a veces, se la hacen, pero la mayoría, no. La maternidad es un tema para la mujer. No nos define, pero es muy importante».

Por eso cada vez más mujeres se preguntan a sí mismas: cuando te abres una cuenta en Tinder, ¿qué esperas encontrar realmente? Ainhoa, diseñadora gráfica de 36 años, no lo tenía muy claro, pero la cuenta le duró abierta un solo día. «Me parecía demasiado superficial e iba demasiado encaminada al sexo inmediato, a consumir personas como si fueran objetos, y no era lo que yo buscaba en ese momento».

A Ainhoa también le resultó tedioso el tener que iniciar la misma conversación aburrida una y otra vez para acercarse a los chicos que le gustaban. Un tiempo después se abrió una cuenta en Adopta un tío: «Ahí aguanté un poco más porque el formato era menos agresivo y te permitía controlar más con quién hablabas. Los chicos se trabajaban un poco más los perfiles y se daban a conocer como personas, en lugar de ofrecer simplemente un pene».

Dicen amor cuando quieren decir…

  • Ghosting. Una práctica que debería estar penada por la ley y que consiste en «desaparecer» virtual, pero completamente, de las redes de alguien. * Benching. Dícese de la práctica de manterner «enganchado» o en «el banquillo» a alguien, aunque no se pase a mayores.
  • Textlationship. Relaciones a base de mensajes de texto que se prolongan sin llegar a concretarse en la realidad.
  • Compulsive right-swipers. Ejemplares, por lo general de género masculino, que abundan en la app y que simplemente le dan swipe a la derecha (el euivalente al like) a todos los perfiles.

Un bar globalizado

Raquel, fotógrafa gaditana de 30 años afincada en Londres, quería, sobre todo, conocer a gente. Lleva tres años en Tinder y ha tenido unas 20 primeras citas. Algunas han llegado a ser relaciones de hasta tres meses de duración. «Lo mejor de Tinder es la cantidad de gente que he conocido y los sitios a los que me han llevado». Raquel (bisexual) cuenta que una de sus peores citas fue con una chica con la que quedó para tomar una cerveza y prácticamente no se dirigieron la palabra en dos horas. «Creo que debería escribir un blog con mis aventuras porque me ha pasado de todo». En una ciudad como Londres, donde su círculo es de gente española, Raquel ha tenido citas con personas de países tan dispares como Uzbekistán, Sudáfrica o Brasil. «En realidad, lo mejor de Tinder son las amistades que he hecho por todo el mundo».

Podemos disfrutar del sexo sin compromiso, pero buscamos otra cosa”.

Mariela Michelena

Y sin embargo, la psicóloga Randie Gunther, experta consejera en relaciones de pareja, lo tiene claro: «Hombres y mujeres esperan encontrar todavía a una persona especial que les ofrezca una conexión profunda a largo plazo». Esto provoca una dependencia del smartphone que hace que una mujer pueda esperar durante horas un mensaje de un chico que seguramente esté chateando con varias mujeres a la vez.

Pero, ¿cuánto se puede saber de otra persona mirando tres fotos de sus viajes y un párrafo sobre sí mismo? Nada. Pero tampoco se puede saber mucho más acerca de la vida de alguien a quien no puedes dejar de mirar al otro lado de una barra de un bar o en la cola del cine. En la vida real y en la virtual, de nuevo, la búsqueda del match funciona de manera parecida. Sin embargo, Gunther puntualiza que «Tinder puede ser tan adictivo como el alcohol o las drogas, en tanto activa la dopamina (la hormona del placer) en el cerebro. Como especie nos gusta cazar, por lo que perseguimos nuevas experiencias, un proceso excitante, pero que no genera plenitud: si las personas incurren solo en relaciones fugaces siempre buscarán lo mismo a expensas de aprender a mantener un compromiso pese a las dificultades».

Ese es el mayor riesgo de Tinder: la ansiedad por la gratificación inmediata y la necesidad constante de aprobación ajena. «Lo que más me preocupa de Tinder es su tempo -dice Mariela Michelena-, que es de absoluta inmediatez y eso lo hace mucho más frustrante».

Aunque a veces (quién lo diría) en Tinder también aparece el amor. Eugenia, una periodista gallega de 31 años que vive en Madrid, se abrió una cuenta después de romper con su pareja de los últimos 10 años: «Quería buscar algo fácil y sin compromiso. Sin implicación sentimental y personal. Pero al final es imposible. La parte buena es que he conocido gente con la que, en mayor o menor medida, tenía conexión». Uno de los primeros chicos que conoció le llevó una porción de tarta en la primera cita: «Lo bauticé como Tindertarta. Algún tiempo después, Eugenia encontró al que hoy es su pareja: «¿Cómo supe que era él? Pues como lo sabes en cualquier cita fuera de las aplicaciones: porque quieres volver a verle. Sin más. Y él te quiere ver a ti y la cosa fluye. Y no tienes mucho que contar porque lo estás viviendo».

Dueña de tu deseo

En una escena de Sexo en Nueva York, una Charlotte de casi 40 años le confiesa a Carrie que lleva teniendo citas desde los 15 y que está exhausta. «¿Dónde está él?», le pregunta. Pues bien, quizá «él» no exista, o no sea para siempre.

¿Es posible para ellas liberarse de la búsqueda de una relación ideal?

En su libro Sexo futuro (Ed. del Lince) la escritora Emily Witt cuenta que cuando llegó a los 30 años y se dio cuenta de que no era capaz de ser feliz estando sola, algo dentro de ella se removió. Su vida estaba llena de expectativas. «Seguía visualizando mi experiencia sexual como algo que con el tiempo llegaría a un final, como un monorraíl que se desliza hasta su última parada. Me apearía, me encontraría cara a cara con otro ser humano y nos acabaríamos quedando allí».

Historia oculta

Al mismo tiempo, Witt se preguntaba si ese futuro del que le hablaron desde niña «que sería feliz para siempre al lado de un chico perfecto» llegaría alguna vez. «En cierto modo, cada mujer que esté pasando 10 o más años de su vida adulta fuera de una relación monógama está viviendo una vida original y no tiene muchos moldes históricos a los que recurrir en busca de guía. La historia de la sexualidad femenina se ha ocultado. No estoy segura de si la innovación tecnológica las está empoderando -dice la escritora-, pero las mujeres tienen ahora más opciones que nunca, y eso significa que estamos viviendo todos nuestra sexualidad de una manera más honesta y auténtica».

Pero ¿es posible liberarse de la búsqueda de una relación ideal? Emily Witt cree que asumir la responsabilidad de tu propio deseo -en Tinder o en tu casa- no solo es posible sino necesario. ¿Sabes ya lo que quieres tú? Que nadie te lo cuente.

Ellos, rápidos y parcos en palabras; ellas, no…

Ellos tardan una media de dos minutos en comunicarse y ellas 38

El estudio de Tyson y Perta lo confirma: ellos logran el match en un 0,6% de los casos y ellas en un 10,5%. El 21% de mujeres envía un mensaje para comunicarse con el otro, mientras que solo el 7% de ellos lo hace. El 63% de los hombres envía ese mensaje en los primeros cinco minutos después del match y solo el 18% de las mujeres lo hace en ese cortísimo período de tiempo. Ellos tardan una media de dos minutos en comunicarse y ellas 38. Los mensajes de ellos tienen una media de 12 caracteres, mientras que los de ellas tienen 122.

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