'Me acosté con un modelo y esto es lo que aprendí'

"Me acosté con un modelo y esto es lo que aprendí"
Foto: Porque no es oro todo lo que reluce / Corbis

Tenía los pies clavados en la nieve, enfadada y decidiendo si pirarme a casa. Si un tipo cualquiera me hubiese hecho esperar una hora en medio del frío y sin dar señales ya hubiese estado de vuelta en mi casa delante de alguna serie. Pero T. (inicial falsa) no era un tipo cualquiera; T. era un verdadero dios. Solo os diré que se ganaba la vida como modelo. Jamás había estado con alguien tan impresionante y sumamente sexy. Nos conocimos la semana anterior a la cita en un set de rodaje –ambos hacemos nuestros pinitos en el mundo de la interpretación–. Un día, al acabar me invitó a tomar algo. ¡No me lo podía creer! Juro que me lo habría llevado a la cama en ese mismo instante. No creo que fuese ese hombre con el que mantendría una relación de años, pero desde luego, si llegaba a acostarme con él, aunque fuera una noche, podría quedarme tranquila para toda la vida. Digamos que necesitaba vivir esa historia que no pudiera contarle un día a mis nietos.

De repente, sentí una palmadita en el hombro. Volví la cabeza y lo vi. Ahí estaba él, con su tupé perfectamente colocado, su barba puntiaguda y la mirada de Justin Timberlake y Jude Law al mismo tiempo. El tipo de hombre en el que te inspirarías para escribir una novela de vampiros. «Perdona por el retraso», me dijo, «ha sido culpa del metro». «No pasa nada. ¡Qué locura la que ha caído! ¿eh?», dije yo olvidándome completamente de la espera de una hora. Me preguntó si me parecía bien ir a un bar donde estaban sus amigos y tomar algo antes con ellos. Al principio no me hizo mucha gracia eso de compartir mi cita, aunque sabía que más tarde lo tendría para mí sola, por lo que me pareció bien. Caminamos por la calle de la mano hasta llegar al bar (¿te imaginas que me viera algunos de mis ex de la mano de semejante Adonis?, iba pensando). Llegamos al local y allí estaban sus amigos. Eran ocho aproximadamente. Todos modelos y la mayoría, chicas. De pronto, me sentí como Alicia en el País de Calvin Klein. Me presenté mientras T. fue a la barra. Al dirigirse hacia donde estábamos me di cuenta de que no había pedido nada para mí. Pensé que habría sido demasiado presuntuoso por mi parte creer que alguien que me había hecho esperar una hora sola en el frío me pagase encima una copa, ¿no creéis?

«Acostarme con él era mi redención. La prueba de que podía sentirme sexy y deseada con siete kilos de más”

Al cabo de una hora, mientras oía de fondo a una de sus amigas hablando de que si no se quién «iba hecha un cuadro», vi como T. salía del local acompañado de una de ellas y con el brazo rodeándole la espalda. Me dieron ganas de estamparle mi copa en la cara sin pensármelo. En cambio, me lo pensé dos veces y preferí observarles desde dentro del bar. Mi enfado pasó a convertirse en un sentimiento de vergüenza cuando vi que le plantaba un beso a la chica. ¿Qué había estado esperando? ¿Que me tratase a mí de la misma forma que a alguien como ella? ¿A mí, que ni siquiera juego en su misma liga? Me sentí tonta solo de haberme creído a su nivel. Pero ya había sufrido lo suficiente esperándole una hora en la nieve, así que me senté en el sofá e hice como si no me hubiese dado cuenta de nada.

Cuando volvió, sus amigos empezaron a irse y le sugerí que nos fuésemos a su casa. Mientras esperábamos el metro, se acercó a mí y me plantó un beso. No entendía qué seguía haciendo allí con semejante tío. Bueno, sí. Acostarme con él esa noche era mi redención. La prueba de que los chicos del instituto se lo habían perdido. La prueba de que podía sentirme sexy y deseada, incluso teniendo siete kilos de más. La prueba de que esa voz que a veces en mi cabecita me susurraba: «C., no vales nada», se equivocaba.

Cuando dijo que habíamos llegado a su parada, le pregunté si todavía quería que me fuera con él. Me dijo: «Supongo que sí». Así que no me lo pensé. Subimos a su casa y empezamos a desnudarnos. Estaba a punto de echar un polvo increíble con un modelo… o no. Fue de lo más raro. No hubo preliminares ni seducción de ningún tipo. Se me echó encima y se encajó como quien pone a cargar su smartphone. Todo tuvo lugar en cuestión de minutos. Creía que lograr algo así me haría sentir una diosa del sexo, pero no. Solo conseguí sentirme como una verdadera estúpida.

Al terminar, se tumbó a mi lado y al poco le oí como empezaba a roncar. Me di cuenta de que lo último de lo que tenía ganas de seguir viendo en ese momento era su escultural cuerpo. Esperé a que salieran los primeros rayos de sol para irme de allí a hurtadillas. Ni siquiera le escribí un mensaje a mis amigas para contarles que me acababa de liar con un modelo. Tan solo quería olvidarlo todo, sobre todo, cómo me había tratado aquel tío, como si fuera un felpudo y una basura. Tirarme a un hombre con su físico no sirvió en absoluto para que mi autoestima aumentara, sino todo lo contrario; para sentirme una chica barata y estúpida.

Al rato, T. me escribió al móvil: «LOL ¿te has ido?». No le respondí, pero le volví a ver a los pocos días en el último día rodaje. Había otra actriz en el set. Hablando los tres, nos preguntó que si ya nos conocíamos. Ninguno de los dos dijo nada. Y tampoco mentimos. En realidad, no nos conocíamos en absoluto.

Aunque a día de hoy siga arrepintiéndome de aquella noche, la experiencia me sirvió para darme cuenta de que tenía que respetarme más a mí misma. El sexo de una noche puede estar bien, pero siempre que el chico en cuestión no te trate como un despojo humano ni haga que te sientas patética. Para eso, ¡mucho mejor quedarse sola en el sofá delante de la televisión! 

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