Limpios de cara, pero enfermos de mente y corazón

José Alfredo Espinal

Caribbean Digital

Sé quiénes son. (ellos y ellas). No los odio, pero siento lástima por sus vidas.

SANTIAGO, República Dominicana.– Desde los ocho años de edad he pasado por muchos procesos y pruebas difíciles. La pérdida de mis padres, fue sin duda, la que mayor golpe me dio en ese entonces, cuando apenas iniciaba la tarea de sobrevivir en un mundo cada día más complicado.

Pero las pruebas nunca desaparecen por completo. Las liebres de la maldad siempre imperan. Siempre habrá alguien a quien le molesta el éxito de los demás.

Es normal en el personaje bajo, en aquel que se esconde en el poder, en el dinero y en la falsa imagen pública “piadosa”, pero con la mente sucia y un corazón oscuro y lleno de maldad, que ni siquiera los golpes que en el pasado han recibido le hacen cambiar su estilo de vida.

Aparentan, pero no son felices. Se ríen, pero no son alegres, se gozan, pero en la carne. Su espíritu y su mente andan vagando, como aquel, Satanás, que busca donde entrar para seguir haciendo daños.

Yo, en cambio, por la misericordia de Dios y mi esfuerzo, hoy vivo mi vida muy tranquila. Comparto con mi esposa y mis hijos en un ambiente de amor y paz, a pesar de los momentos difíciles que nos ha tocado enfrentar.

Quienes luchamos por metas, en base al trabajo constante, la entrega, la dedicación, la responsabilidad y la honradez, siempre tendremos de frente personeros que lastiman, pero que, sin saber, nos ayudan a crecer y a seguir avanzando, mientras ellos son más ricos en desolación y fracasos.

Viven levantando calumnia por un carguito, un puesto o una función determinada, que de por sí, es temporera, aplicando la frase aquella “El fin justifica los medios” de Nicolás Maquiavelo.

¡Qué lástima!…

A los y a las que han vivido para hacer daños a los demás, les dejo esta reflexión: “Pero al que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar”. Mateo, 18-6.