Las visitas

Por Miguel Cruz Suárez

Yo recuerdo que en mi infancia solíamos descubrir la posible llegada de una visita, gracias al tipo de mantel que la abuela colocaba en la mesa del comedor. El de listas, ya algo gastado y con ligeras manchas que atestiguaban una buena cantidad de convites, indicaba que venía gente más allegada, parientes que hacían visitas comunes y frecuentes; el de poliéster macizo con orlas doradas, era anuncio inequívoco de que llegarían visitantes menos asiduos, digamos que la cosa subía de nivel.
Es que eso de las visitas es un mundo diverso e interesante. Están las de orden hogareño y están las institucionales. En aquellas del ámbito familiar podemos encontrar de todo: los que se anuncian y los que no; los que escogen los mejores horarios y los que no tienen esa puntería; los que saben cómo y cuándo despedirse haciendo un uso eficiente de la visita y los que se despiden como cien veces, pero no acaban de irse.
Augusto ¨Cierra Canales¨ era un vecino de esos que se plantaba en la sala cuando caía la tarde y no se despegaba del sofá hasta que se terminaba la programación de la televisión, por eso se ganó ese mote tan original.
Cuando yo era niño, allá en mi pequeña aula rural, siempre que veíamos llegar a la directora con su gruesa presencia y un poco de nerviosismo, colocándose frente al pizarrón mientras se ajustaba los lentes, era bastante seguro el ¨escalofriante¨ anuncio de que VENÍA LA VISITA. Allí mismo se armaba la rebambaramba, mandaban a pelar a Federico la Tusa; a ponerle forros nuevos a las libretas de Manolito ¨Mar y Pesca¨ así apodado por el uso exclusivo de esa revista con fines ¨forradores¨ y hasta que el piquete no se quedaba ronco ensayando el lema, aquello no llegaba a su fin.
En casa de mi amigo Felo, tenían una vitrina de madera y vidrios decorados, de la cual solo se podían extraer las vajillas en caso de visita. La mujer de Ortega ¨Desaliño¨ excepcionalmente conseguía que su marido se peinara como dios manda, cuando venía la visita. Al pequeño Gervasio, apodado ¨Sondeo Profundo¨ por su maestría en el desagradable hábito de explorar los adentros de su nariz, frente a los demás, le ponían mentol chino o ají picante en todos los dedos, cuando se anunciaba la visita.
Durante la vida uno milita en los dos bandos, visitantes o visitados y eso le permite ver la situación desde ángulos distintos, así que trate de hacer bien las cosas en un equipo, para que le paguen con la misma moneda en el otro.

El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.

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