Humanidad

GRISBEL MEDINA R.
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En los últimos meses visitar recintos médicos ha sido una constante en mi vida. Pruebas de laboratorio, sonografías, toma de presión, son rutinas de mi existencia. También las recetas (que la mayoría de médicos sellan para que la indicación quede registrada ante las multimillonarias farmacéuticas), las esperas para consultar y el roce con especialistas de diverso ramo, son instrucciones que estoy obligada a obedecer.

En estas largas cabalgatas por hospitales, unidades de vacunación y salas de recuperación, comprobé que la humanidad es la vitamina más necesaria en el ejercicio de la medicina. Si bien el sector hospitalario y la citada profesión han experimentado índices de crecimiento estrepitosos, el lujo de las infraestructuras privadas y los vehículos de los médicos, no deberían opacar el objetivo de cuidar la vida, que es el tesoro más valioso que poseemos.

De servir al prójimo a través de la medicina me enseñó primero mi tío Cesar Filógeno Marte y luego Juan Bautista Espaillat, ambos ginecólogos. El primero siempre es el primero en las emergencias que se le necesiten y el segundo me mantuvo abrazada (y explicándome cada paso) hasta que el anestesiólogo me adormeció una parte del cuerpo para que Amín Arturo llegara al mundo. La solidaridad de ambos es infinita.

Sueldo bajito reciben la mayoría de enfermeras. Traté un buen grupo en tres días de internamiento. De día y de madrugada fueron diligentes, corteses, empáticas. Ellas no hicieron del cubículo un nido de risas y comentarios de tono elevado, como he visto en ciertos lugares.