Historiador desairó a Trujillo

Rafael P. Rodríguez
Cuando los pueblos olvidan su pasado o se hacen indiferentes al presente espúreo, impúdico e impune, suele sobrevenir una memoria traumática tardía que los despierta en medio de la pesadilla, la sangre y el acero.
Hay hombres que se yerguen en la conciencia de toda una generación pero como le sucediera a Américo Lugo, se quedan trágicamente solos.

Exhorta emular postura de Américo Lugo ante pedido del dictador dominicano Cree dominicanos viven inmersos en una ola poderosa de individualismo egoico que les impide identificar con claridad a los responsables de sus desgracias inmediatas.
Exhorta emular postura de Américo Lugo ante pedido del dictador dominicano
Cree dominicanos viven inmersos en una ola poderosa de individualismo egoico que les impide identificar con claridad a los responsables de sus desgracias inmediatas.

El primer esfuerzo de toda organización tiránica de la sociedad va dirigido a revertir los valores convencionales e imponer el ideal verticalista, autoritario, a los ciudadanos.
En ese trance, caen de golpe las murallas subjetivas de la valoración social, de los controles éticos, de todo lo establecido.
Admira, casi con incredulidad, la dignidad y la altivez temeraria con que este historiador le rechazó sistemáticamente los ofrecimientos perversos al peligroso tirano.
Y lo muestran como la breve y firme luz de una lámpara sola en medio de las tinieblas de la abyección, el silencio aterrado y la colaboración más o menos obligada (y, en muchos casos, fervorosa) de los intelectuales que le fueron contemporáneos con una tiranía despiadada e imparable.
La actitud complaciente, la indiferencia cómplice y la conciencia obnubilada que no se detiene a ver las consecuencias futuras de sus posiciones ante el avance del crimen y la barbarie, le dieron la gran oportunidad de llegar al poder a los demagogos fanatizados de Europa que construyeron el fascismo y el nazismo en medio de la claudicación de la clase media, que, de habérselo propuesto, tal vez podía detener el embate de la tempestad política que, llevada a la tragedia de la guerra, destrozó tantas vidas y creó tanto dolor y tanto desenfreno histórico.
Los dominicanos viven inmersos en una ola poderosa de individualismo egoico que les impide identificar con claridad a los responsables de sus desgracias inmediatas.
De ahí que les importe apenas nada la suerte (que debe cubrir tras las duras rejas )a esos potentados que gozan de la más vergonzosa impunidad.
Aquellos que se mueven contra reloj para que ese pasado de descaro no se repita y prevalezca la justicia han de sentir en la conciencia herida la impotencia de Américo Lugo ante el predominio de la crueldad, la indolencia y el poderío tiránico que por más de tres décadas se ensañó traumáticamente el alma dolida de los dominicanos.
Lugo, desafiante, le dijo al dictador en una carta que él nunca iba acompañarlo junto a esa farándula complaciente que le prodigaba incondicionalidad en todo momento.
Por igual, aún más beligerante pero consciente de lo que hacía y decidía, riesgosamente, se negó a ser el historiador-marioneta que quería como pieza de conquista, el tirano.
Le dijo, desafiante una vez más, con la dignidad de los valientes, que no iba a ser el historiador oficial y que no lo sería nunca.
Sabía lo que quería el astuto y perverso mandatario en medio de su fiesta funeraria.
Se atrevió a desairarlo y vivió para contarlo.
Le hizo saber, además, que debía recordar q ue no podía subordinarse a nadie y que él vivía exclusivamente bajo los dictados de su conciencia.
En la cumbre de su admirable postura, Américo Lugo le planteó (su poderoso interlocutor debe haber recibido aquella respuesta con particular asombro e incredulidad): “no recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa. Tampoco me considero un historiador del presente”.
Ese cierre violento y definitivo de su puerta ante el tirano le valió el aislamiento casi total, la pobreza, la burla del sistema de adulación implantado.
Pero Américo Lugo no cedió jamás a las pretensiones conquistadoras del dictador, seguro como tenía para sí que sería humillado, sometido a la intriga, al envilecimiento que dominaron, costosamente, los días, las semanas y los años de la Era.

ElNacional