¿Afecta a todos por igual el azar de los desastres?

Escribo sobre las víctimas de desastres desde el privilegio de haber vivido el sismo, el más fuerte en casi un siglo, solo como un susto en la Ciudad de México: los letreros del aeropuerto internacional Benito Juárez se balanceaban, las lámparas oscilaban, pero nada se cayó en la terminal 2, nadie corrió, nadie gritó. No hubo pánico evidente, aunque posiblemente muchos lo sentimos al imaginar que no se va a detener o a nuestros hijos asustados salir en piyamas a la calle en la madrugada, o al pensar que veremos las imágenes de 1985 que se quedaron marcadas en nuestras memorias: edificios derrumbados, manos escarbando en los escombros, las listas de nombres de fallecidos o desaparecidos que vimos durante semanas en la televisión.

Sólo segundos que parecen minutos. Al final, las líneas de comunicación no fallaron en la ciudad, 32 años después del terremoto que, a decir de muchos, dio origen a la organización de la sociedad civil en respuesta a la incapacidad del gobierno. Así, pudimos comprobar que aquella tragedia transformó la cultura y las normas de construcción para que no hubiera pérdidas irreparables. Ningún muerto. El 2017 no es 1985 en la Ciudad de México. Igual que el huracán Irma no es Katrina que en 2005 dejó más de 1800 muertos.

No es que unas vidas valgan más que otras, pero sabemos más qué sucede en Florida, Estados Unidos, donde han muerto tres personas, que en el Caribe donde hay 38 fallecidos y un millón de personas evacuadas solo en Cuba. Mientras la atención se centraba en Harvey, que causó 70 muertes en Texas, poco supimos de las más de 1200 personas muertas y 41 millones de desplazados en India, Nepal y Bangladesh en agosto de este año.

Aunque parezca que el azar de los desastres afecta a todos por igual, hay algunos grupos de personas que sufren más que otras. No resulta evidente a simple vista, pero también en esto, mujeres y hombres experimentan los desastres naturales de manera diferente. Son las mujeres, particularmente las mujeres solas o jefas de hogar, así como las niñas y las mujeres mayores, las que están en mayor riesgo, no sólo en el momento en que ocurre una tragedia natural sino en lo que deviene después del desastre y en la atención a las emergencias.

Existen casos extremos como en Haití, donde las niñas huérfanas del terremoto de 2010 se prostituían a cambio de agua potable, pero en la mayoría de los desastres naturales son las mujeres las que tienden a sufrir más de depresión y estrés post traumático. Esto, no sólo por la violencia a la que están expuestas cuando los recursos se limitan o se reparte la ayuda, los albergues o los víveres, sino porque les puede llevar una vida recuperar su situación precaria de antes del desastre.

Las diferencias de este impacto en las mujeres son principalmente causadas por las condiciones desiguales y de vulnerabilidad previas. La falta de acceso a recursos materiales, económicos, a mejores viviendas, afecta a un mayor número de mujeres, sobre todo las jefas de hogar que se encargan del cuidado de menores o de personas con discapacidad y que no pueden dejarlas atrás en el momento del desastre.

De acuerdo con una triste y hermosa crónica del diario El Universal «Caos, llanto y muerte sacudieron el Istmo», la mayoría de las 37 víctimas de Juchitán, en el sur de Oaxaca, la zona más afectada por el terremoto de 8.2 grados, fueron mujeres de más de 50 años. En total son 90 las víctimas del terremoto en el sur de México, los estados con mayores índices de pobreza y menores factores de protección. Esto es lo que hay que aprender y el lugar en el que poner atención para los desastres naturales del futuro: abatir la desigualdad económica y educativa pero en particular la brecha de oportunidades que existe entre hombres y mujeres, reducirá significativamente el número de víctimas fatales.

Si bien el temblor del 85 dejó lecciones aprendidas, necesitamos que esas prácticas y habilidades sean extendidas sin inequidades: el acceso a la información y a los recursos, así como la capacitación en simulacros y supervivencia deben de llegar a todos por igual con especial atención a los y las más vulnerables. Urge empezar a entender que proteger a personas menores, mayores y con discapacidad no es una obligación sólo de las mujeres, sino de toda la sociedad.

Magda Coss

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